5 de septiembre de 2016

Quiero ser escritor profesional

La diferencia entre escritor amateur y escritor profesional es algo que nadie tiene demasiado claro. ¿Quién es escritor, el que escribe? ¿Y quién es profesional, el que vive de ello? Porque si es así, debe haber cuatro escritores profesionales contados. ¿Entonces…?

Entonces, escritor profesional es el que se lo toma en serio. No como fuente primaria de ingresos, ni como medio de vida, porque ya hemos visto antes que eso es dificilísimo: escritor profesional es el que se lo toma en serio en cuanto a su forma de enfocar la actividad literaria. Que la enfoca como un profesional, vaya.

Para dejar las cosas un poco más claras, podríamos decir que el escritor tiene que cumplir una serie de características y factores para poder considerarse un profesional:



En primer lugar, escribir. Qué perogrullada, ¿verdad? Pero uno no puede ser un escritor profesional si solo escribe de vez en cuando, en verano, cuando le surge una idea una noche de borrachera, y después se la enseña a sus amigos o familiares para echarse unas risas. El escritor profesional escribe todos los días (o corrige, o estructura, o se documenta todos los días). El escritor profesional tiene un hábito de escritura profesional. Cualquier trabajador de cualquier profesión trabaja todos los días, ¿no? El escritor, también. Se forma un hábito, se crea una rutina de escritura, busca el sistema que mejor le venga y lo cumple llueva o haga sol. Una actitud profesional ante un trabajo profesional.

Más aún, el escritor profesional no escribe un relato o una novela y se queda quieto a la espera de que le llegue el éxito: el escritor profesional escribe muchísimo, una burrada. Incluso los escasísimos casos de pelotazo fulgurante son consecuencia de muchos libros que el escritor ha escrito antes y que quizá siguen en el cajón del rechazo editorial. Escribir muchísimo implica no solo tener muchos libros para seducir al lector potencial (y, quizá, lograr algún día vivir de escribir): también implica aprendizaje. Y en esto de la literatura nunca se deja de aprender, y nunca se debe dejar de mejorar. Algo que también tiene claro el escritor profesional: que siempre hay margen de mejora, que nunca un autor llega a ser perfecto, que siempre puede ser mejor. Esto (y lo que vendrá a continuación) se resume en algo muy sencillo: el escritor profesional tiene una actitud profesional, en todos los aspectos de la tarea literaria. Desde responder a la consabida pregunta de «¿A qué te dedicas?» diciendo que se es escritor, hasta saber a la perfección cómo planificarse el trabajo literario, cómo tratar con los editores, cómo redactar sinopsis, cómo y dónde enviar propuestas editoriales. Un autor profesional, además, tiene contacto directo con ese editor y con el resto de los profesionales del sector (no solo editores: también otros autores, correctores, diseñadores, ilustradores, maquetadotes, publicitarios…). Porque un escritor profesional sabe lo importante que es relacionarse con gente de su sector. Aunque parezca superficial y calculador, llevarse bien con el sector e ir acumulando contactos es fundamental para poder desarrollar una carrera literaria de forma profesional. Como en casi todas las profesiones, de hecho.

Además de todo esto, el escritor profesional sabe enfrentarse al fracaso, a las críticas negativas y a los golpes que (irremediablemente) se llevará en algún momento de su carrera literaria. ¿Significa eso que no tiene miedo al fracaso? Claro que no. Lo que significa es que el autor profesional sabe aprender de ese fracaso. Se hace más fuerte. Prueba algo distinto. Corrige lo que ha salido mal. No abandona la literatura por un tropezón (como sí hacen muchos autores aficionados): no se rinde. Intenta aprender de cada golpe, busca nuevas formas de conseguir lo que quiere. El escritor profesional tiene mucha paciencia, y es duro. Y, por supuesto, sabe aceptar las críticas. Eso no significa que no le escuezan (como a todo hijo de vecino), sino que el autor cogerá esas opiniones, desbrozará las críticas personales de las profesionales, y aprenderá de estas últimas (e ignorará las primeras). Las asimilará, y las utilizará para seguir mejorando y aprendiendo. No hay nada que señale mejor a un escritor aficionado que una rabieta por una mala crítica.

El escritor profesional nunca deja de aprender. De sus fallos, de los fallos de otros, de lo que sea. De las charlas y conferencias. De los compañeros. De sus contactos. De los lectores. De todo, el autor profesional extrae una enseñanza, y eso le permite seguir avanzando y mejorando y convirtiéndose en un autor aún más profesional, y aún mejor.

Otra perogrullada que en realidad no lo es en absoluto: el escritor profesional lee. Lee mucho. Lee muchísimo. Lee todo lo que puede, y más allá. Lee para aprender, lee para emular, lee para sacar las cosas buenas y malas de otros autores y aprender de ellas. Lee para seguir escribiendo. Eso de «Yo no leo porque quiero que mi voz sea única y no parecerme a nadie», con todos los respetos, es una chorrada como un piano. Y aún más chorra es para un autor decir que «No leo porque ya escribo mejor que nadie». Dos buenos síntomas para reconocer a un aficionado (con el ego muy grande, además, cosa muy peligrosa para cualquier escritor). Las mejores ideas, las mejores herramientas, las mejores armas de un escritor surgen de la lectura de otras obras. Siempre.

La lectura convierte al escritor en mejor escritor, y también en un juez mucho mejor para su propio trabajo. Algo importantísimo, porque muchas veces los autores pierden la perspectiva y no saben juzgar si su obra es buena o mediocre. Y es fundamental que sepa juzgar su trabajo, porque el escritor profesional también es su propio editor. Nunca está satisfecho con lo que ha escrito, porque sabe que siempre lo puede mejorar. Reescribe. Corrige. Cambia. Vuelve a reescribir. Todo esfuerzo es poco para que su obra quede perfecta antes de enseñarla al mundo.

Todo esto supone que el escritor profesional dedica gran cantidad de tiempo a la literatura. Y no solo a escribir: también a promocionarse, porque ahora el trabajo de escritor requiere que un autor sea también experto en social media (o contrate a un experto, al menos). Cada vez existen menos intermediarios, y el escritor poco a poco va adoptando los trabajos del editor, el corrector, el diseñador y el departamento de marketing, o al menos teniendo que hacerse cargo de encontrar a las personas adecuadas para cada una de esas tareas. Son unas habilidades que todo escritor que desee profesionalizarse tiene que ir desarrollando, porque ya son imprescindibles.

Y esto nos lleva al último punto, el que quizá nadie relaciona con la profesionalidad de un autor: el escritor profesional tiene una plataforma desde la que tener contacto directo con sus lectores. Algo que no era necesario hace algunas décadas, pero que hoy en día se ha hecho imprescindible, tanto para llegar a publicar con editorial (si es lo que el autor desea) como para sacar adelante la venta de sus novelas, sean editadas o autoeditadas. El lector exige ese contacto cercano y directo, y el autor tiene que dárselo si quiere seguir adelante en esto de forma profesional. Para despuntar en un mercado cada día más saturado y centrado en lo virtual, un autor no puede quedarse encerrado en su cueva dedicándose únicamente a escribir, aunque esa sea su labor fundamental. Eso ya no vale. Eso ya no es suficiente. Ahora, un autor profesional ya no puede ser simplemente un escritor: tiene que ser muchas cosas más.